30 abr 2018

Wyverns

Desde que se descubrió su existencia, hay cierto estigma respecto a los Dragones. Se les rodeó de un misticismo único, una especie de niebla saturada de suposiciones e historias que no sólo daban cuenta de la imaginación de los viajeros, sino también de su inconformidad en el mundo sin magia donde vivían. Y es que los Dragones eran considerados una variante más de nosotros, pero muy alejada de las raíces que tenemos.

Aunque pocas y llenas de ficción, las historias que mencionaban a los Dragones auguraban aventuras únicas en su tipo, y las expectativas se incrementaron para nosotros, los hijos de Gaia, que estamos familiarizados con exploraciones monótonas. Sin tener mayor información, imaginamos varias posibilidades y hasta supersticiones, más aún cuando descubrimos que diez de nosotros seríamos enviados en una misión de ayuda a los terrenos draconianos donde se especializaban en el poder del rayo.

Las reacciones fueron desde lo más pesimista hasta lo más iluso. Suponíamos que no se traba de una misión, sino de una ofrenda para demostrar nuestra poca valía; pensamos que se trataba de una estrategia para forjar alianzas posteriores entre ambos reinos; incluso creímos que sería una oportunidad para salir del reino de Gaia y convertirnos en uno de esos misteriosos Dragones eléctricos, a pesar del exceso de optimismo que significaba. En cierto modo, no nos equivocamos en ninguno de los tres escenarios, y a la vez, en todos.

Y es que la travesía parecía ser corta al principio. Cuando llegamos con los guías del camino, tanto de Gaia como de los Dragones, un sujeto perteneciente a los Vigilantes (entidades encargadas de observar y procurar el bienestar de los viajeros de Gaia) nos presentó un recorrido pequeño aunque significativo, y que pondría a prueba las habilidades que se nos exigía tener para permanecer en cualquiera de los reinos. Los viajeros fuimos encomendados con tareas similares, recorriendo diferentes rutas para poder conocerles mejor y así tener un panorama más completo del territorio mientras brindábamos apoyo a los habitantes de aquellos laberínticos senderos. Ahí empezaron a surgir los problemas.

Cada uno de nosotros tenía su perspectiva, y no todos logramos ver los peligros y amenazas entre los que comenzamos a caminar. Nuestras habilidades parecían insuficientes en algunos momentos, y aquellos que debían ser nuestros aliados en el camino, comenzaron a vislumbrarse como rivales que nos incitaban a caer en letales pecados, de esos que fueron malditos por Gaia y los Dragones desde la fundación de sus reinos. En esa temporada tuvimos nuestra primera y única baja, un viajero recién cobijado por el reino de Gaia, quien no resistió las tentaciones del camino a pesar de sus notorias proezas y logros en los primeros días. Aunque fue lamentable su expulsión del territorio, algunos de los otros viajeros procuraron mantenerse en contacto con él en el plano astral, pero su consejo no siempre era adecuado.

Poco después de esos primeros reconocimientos del territorio, comenzamos a atacar algunas de las pequeñas amenazas que acongojaban a los Dragones mayores, y que si bien eran controlables en el mediano y largo plazo, se buscaba aprovechar las habilidades de los viajeros de Gaia para acelerar la tranquilidad del reino. Fue una prueba ante la que no estábamos del todo preparados, y se notó conforme avanzamos y enfrentamos las adversidades e inclemencias. Se comenzaron a gestar algunas adversidades, y los ahora nueve viajeros que en un principio fuimos señalados como intrusos en territorio draconiano, ya éramos considerados amenazas torpes. Fue complicado salir avante de esos enfrentamientos, caímos estruendosamente un par de ocasiones a pesar de lágrimas ayuda que recibimos, pero al final logramos levantarnos y mantenernos ante los pequeños dragones celosos de su territorio.

En nuestra travesía habían transcurrido cerca de cuatro meses, cuando sólo contemplaba tres. Los Dragones ya no eran desconocidos para nosotros, e incluso convivimos con un poco más de cercanía, específicamente con uno de ellos, que fungía como nuestro guía y hasta defensor en ocasiones. Tras las batallas libradas, algunas ganadas, otras perdidas y algunas más concluidas sin triunfo para algún bando (recordemos que los viajeros de Gaia, los Vigilantes, los Dragones y los pequeños dragones estábamos prácticamente enfrentados, aún cuando debíamos trabajar juntos), continuamos esforzándonos por mantener la frente en alto.

Cuando estábamos por terminar la segunda exploración que se nos encomendó, comenzaron a surgir más amenazas en el territorio de los Dragones, incluso para los hostiles que en algún momento rivalizaron con nosotros. Nos vimos en la necesidad de unir esfuerzos para sobrevivir, e indagar en las mejores maneras para afrontar los frutos de aquellos errores que no fueron controlados en el momento ideal, y que ahora arribaban con preocupante fuerza, cual huracán. En esa temporada fue que algunos viajeros y Dragones notamos los cambios: algunos de los viajeros comenzaban a transformarse, muy sutilmente, en pequeños dragones. Sus características de viajeros permanecían, pero podían ya notarse rasgos y actitudes propios del reino que visitábamos. El tiempo comenzaba a cobrar su cuota, y la costumbre a invadir nuestros pensamientos originarios de Gaia.

Esos cambios también trajeron consecuencias en nuestra pequeña comunidad, pues las envidias y competiciones dejaron de ser bromas para transformase en motivos de separaciones e incluso algunos ataques. No todos pudimos ser prudentes al respecto; yo opté por distanciarme de algunos de los viajeros que consideraba nocivos para nuestra tarea, mientras que otros compañeros se esforzaron en mantener cordialidad en las relaciones. A fin de cuentas, de nuestra colaboración y apoyo dependía mucho el éxito de la misión, a pesar de las variantes que ya tenía.

Para el quinto mes, el Dragón que nos apoyaba partió a tierras lejanas para meditar y recuperar las fuerzas gastadas durante los meses que habíamos estado los viajeros en sus dominios. Fue una corta pero complicada temporada, pues si bien aún estaban otros Dragones mayores listos y dispuestos a apoyarnos en nuestra misión, las amenazas se vieron reforzadas por el tiempo que había transcurrido sin que fuesen debidamente atendidas. Estábamos por nuestra cuenta, y comenzaron para varios de nosotros las "pruebas de fuego". Fuego de dragón.

La comunidad aliada se había fragmentado otra vez, y por momentos parecíamos estar en una batalla campal entre todos. Los viajeros comenzamos a ser señalados como responsables de algunas deficiencias en las barreras del territorio, y tuvimos que defendernos, así como aceptar nuestros errores cuando los tuvimos. Se agregaron a esta ecuación nuevos viajeros errantes que no conocían de Gaia ni de los Dragones hasta que estuvieron dentro del territorio y de la misma batalla. Algunos se convirtieron en aliados, otros en veleros que navegaban según el viento, y unos cuantos más optaron por rivalizar con nosotros. No me atrevo a decir que fuese un error, pues sus motivos eran comprensibles, pero al final del día, la batalla no era contra nosotros, sino contra las amenazas externas.

Afortunadamente, el Dragón defensor acudió a nuestro rescate, aunque con decisiones más extremas que implicaban el destierro de algunos viajeros. Para bien o para mal, no se concretó ese exilio, y comenzamos a reagruparnos y retirarnos de ese pequeño pero peligroso campo de batalla que se había creado, dejando a los oriundos del territorio resolver sus propios problemas.

Sin embargo, la misión llegaba a su fin, y en un último esfuerzo por apoyar a los Dragones, nuestros caminos a explorar se diversificaron de nuevo y con más notoriedad. Algunos se encargaron de vigilar las contiendas que se llevaban a cabo entre los pequeños dragones y los atacantes extranjeros; otros cuantos se dirigieron a las afueras del territorio para apoyar con los suministros que las últimas batallas requerirían, y otros cuantos más fuimos canalizados a una exploración distinta, donde pudimos conocer un poco más las costumbres y actividades de los Dragones. La mayoría estábamos ya en la recta final de nuestra misión, y aunque no todos lo aceptamos como debíamos, la resignación y un poco de resentimiento ayudaron a la transición hacia el territorio de Gaia y las costumbres que originalmente teníamos.

Si bien esa etapa fue casi tan extensa como otras anteriores de la misión, la cantidad de conocimiento que tuvimos que procesar nos impidió digerirla como habíamos hecho hasta entonces. Aunado a ello, surgió una nueva amenaza en el centro del territorio de los Dragones: un tifón controlado por una misteriosa entidad que nos tomó por sorpresa y que estuvo muy cerca de destruir mucho del trabajo realizado hasta entonces, además de dañar severamente a los Dragones mayores. Fue una batalla de resistencia, más que de fuerza, y confirmó un aprendizaje que desde el inicio de nuestra travesía nos fue augurado: entre los Dragones se necesita de trabajo en equipo para superar las mayores adversidades, así como de un apoyo moral para levantarse ante las derrotas parciales.

Cuando por fin vimos la conclusión de nuestro camino en esas tierras, hasta entonces desconocidas para cualquier viajero de Gaia, la nostalgia no se mantuvo oculta. Las remembranzas de lo vivido y aprendido, las amistades y rivalidades forjadas, los buenos y los malos momentos, las dulces y las amargas experiencias, todo lo que los Dragones nos ofrecieron, todo eso llegaba a su inevitable final. Las esperanzas que en un momento creamos respecto a pertenecer a su comunidad se desvanecieron ante la llegada de un nuevo reinado proveniente de la Luna y en apariencia superior a los Dragones mayores; pero incluso en nuestra inexperiencia de viajeros pudimos notar que ese reinado lunar cargaba grandes deficiencias. Sin embargo, esa es una batalla que toca librar a los Dragones más capaces, y no a quienes sólo logramos adquirir y demostrar algunas de sus características. Somos viajeros de Gaia, aunque hayamos alcanzado a parecer Wyverns.

No fuimos Dragones, y tal vez nunca lo seamos. Pero por una temporada parecía que lo éramos, al menos, ante los ojos que nos miraban en todos los reinos. No fuimos dragones, pero volamos entre ellos.

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