10 dic 2017

Besos de Humo

Inhala. Cierra los ojos y deja que tu mente viaje y absorba el entorno. Siente el universo desplegándose en tu interior.

Exhala. Regresa con calma. Disfruta cómo se vacía tu ser.

Besa. Libera las caricias que sus labios ofrecen a los tuyos. Responde con la suave intensidad contenida que el furor de su ser propicia en tu interior. Exploren su calidez con ese vaivén que aprendieron a coordinar.

Repite.

Mi mente se enfoca en ese ciclo estando con ella, ambos con los ojos entrecerrados, quietos. Aún así, pareciera que nos hemos desplazado al infinito, surcando los cielos y las estrellas que nos observan desde la cúpula celeste. Cada uno en su viaje y, al mismo, tiempos juntos. Abro un poco más los párpados para poder admirarle, y su piel pálida se transforma ante mi percepción en una nueva vía láctea donde me sumerjo, explorando nuevas rutas que transiten por su ser, dejándome guiar por el humo de sus besos. Mis manos se ciñen a la base de su rostro, sujetando con suavidad, como hace uno al sostener un tesoro invaluable, porque es mucho más valiosa que eso. Acaricio su mejilla y nuestros labios danzan en perfecta sincronía.

Inhala. Exhala. Besa.

Dejamos de sentir el frío de la noche hace varios minutos. Nuestra temperatura se ha ajustado aún sin los abrigos que dejamos a un lado, y la cercanía de nuestros cuerpos mantiene una cálida sensación de la que ninguno desea apartarse. Una de mis manos se ha desplazado hasta su cintura, y las manos de ella se han sujetado a su cigarrillo y a mi nuca, bailando al compás del viento, con la luna como único reflector, iluminando su rubia cabellera, deslumbrando a quien le mire. A todos menos a mí. A mí no me deslumbra su cabellera, sino toda ella. No nos movemos, pero seguimos desplazando nuestra conciencia hasta rincones del universo que no imaginábamos conocer. Hacemos de ellos nuestro patio de juegos, disfrutando cada momento, sin pensar en el final.

Besa. Inhala. Exhala.

No podían faltar las promesas melancólicas para este baile nocturno con la luna de testigo. Distancias medidas en tiempo, caminos que no sabemos recorrer, esperanzas que anhelamos tener y que se nos han escapado cada vez... Palabras que brotan espontáneamente de nosotros, emulando el humo que exhalamos, difuminándose con las nubes y el vaho que el helado clima genera. Así se van, serenas y distantes, pero dejando una estela para seguirlas. Las palabras, así como el humo, huyen con el viento, pero el viento siempre parece regresar. Yo no las olvidaré, ella fingirá hacerlo, y ninguno tiene problema con ello.

Inhala. Besa. Exhala.

La noche es joven, nosotros no tanto. El arrepentimiento acecha con cada minuto que continuamos en la intemperie, y yo insisto en evitarlo. Me acerco a ella con un abrazo que no sabe si debe corresponder, pero que tampoco sabe evitar. No debe haber culpa en lo que se hace con conciencia, así que seguimos perdidos en la oscuridad nocturna, alojando pesares y dejándolos para después, añorando nuevos tiempos que sabemos serán tan frágiles como el cristal, pero que valdrá la pena atesorar mientras sea posible. Continuamos en la perpetuidad que con tanta naturaleza hemos concebido

Inhala. Exhala.

Ella da una última bocanada a su cigarrillo. Retiene su efecto unos instantes. Se acerca y me besa con esa pasión seca que le caracteriza y que tanto me atrae. Expide su aroma disfrazada en el humo. Absorbo su beso y proceso el sabor que ella le imprime. Una nube blanquecina rodea nuestras cabezas, ya saturadas por los excesos de la noche, perdidas en el infinito "quizás" que nos hemos prometido.

Besa.

Contemplamos la noche mientras un nuevo cigarrillo escapa de la cajetilla y se desplaza hasta sus manos, mientras yo acerco la flama del encendedor a la altura de nuestros rostros, iluminando nuestras sonrisas cansinas pero sinceras, con el brillo de sus ojos inundando la penumbra de nuestro futuro, dando paso a un nuevo ciclo de respiraciones.

Efímeros, suaves, llenos de su aroma. Soy adicto a sus besos de humo.

5 dic 2017

Tras Persianas (Parte 1)

No recuerdo la última vez que sucedió. Tantas horas de oficina hacen que uno pierda la noción del tiempo. Te olvidas de los días, sólo te queda la rutina: despertar, alistarte, salir, trabajar, aguantar, regresar, relajarte (a veces), dormir. A veces sólo es aguantar. Pero como decía, no recuerdo la última vez que estuve aquí, inerte frente a la ventana de mi habitación, bajo el cobijo de la oscuridad, conteniendo la respiración.

Ahí está, frente a mí. Son menos de veinte metros los que nos separan. Veinte extensos metros, además de un vitral para cada quien. Una sensación de deja vú me invade, pero mi mente no logra conectar los recuerdos que implica. Todos mis sentidos están alerta ante el panorama que ese pequeño espacio entre la pared y las persianas de mi habitación permiten. La luz a penas pasa por ahí, como una delgada línea, y es eso lo que me sirve de escondite.

Ella va entrando a su hogar. La reconozco porque en varias ocasiones he alcanzado a verla cuando salgo corriendo hacia el trabajo. Su tono solemne y jovial a la vez hacen que uno voltee a verla forzosamente. Su presencia impacta, y es algo que no cualquier persona logra, no para mí. Eso si, nunca he cruzado palabra con ella, más allá de un saludo cordial y simple. Nunca he tenido tiempo de verla más que unos segundos. Nunca, hasta ahora.

La vi desde que abrió la puerta. Primero fue curiosidad, pero aún mirando tras persianas, sin moverme, como si ella alcanzara a notar mi presencia. Es absurdo, seguro que ni siquiera sabe que estoy aquí, con todas las luces apagadas, sin ruido o movimientos. Y esa curiosidad inicial, ahora comienza a transformarse en algo más, de mayor intensidad, alimentándose de mi adrenalina creciente. Es morbo.

La veo a través de mi ventana y a través de la suya. Su silueta se dirige de un lado a otro, atendiendo a su mascota, recorriendo el apartamento con calma, dejando todo listo para el día de mañana... al menos es la impresión que me deja. Entonces noto que a cada tantos pasos recorridos, parece despojarse de alguna prenda. Primero fue su abrigo, seguido por la mascada que adornaba su cuello. Antes de pasar por segunda ocasión a la cocina, ya tampoco llevaba puesto el saco ni los aretes, y sus zapatillas ahora resguardaban una de las puertas. En realidad, no sé dónde estén, no logro ver por completo y temo moverme de mi posición.

Es gracioso, rozando en lo patético. ¿No me muevo por temor a ser visto? ¿Por qué habría de mirar hacia donde estoy? Aún después de estas y otras cuestiones, sigo sin mover un músculo siquiera. Mi respiración se ha relajado mucho, a pesar de que mis palpitaciones parecen incrementarse. Y es que finalmente ha llegado a su habitación.

Lo primero que hace es encender las luces. Con ello puedo ver más que su silueta, y una conocida sensación recorre mi espina dorsal y brazos, culminando en otra zona que poco a poco comienza a crecer... Ahora me doy cuenta de que debí prestar mayor atención a mi vecina por las mañanas. Me sorprende la rapidez con que la excitación desarrolla sus efectos, aún con la mayor parte de sus prendas puestas.

Creí que sería rápido, pero no. Su preparación para dormir parece todo un ritual: mueve algunas cosas de lugar, guarda otras tantas, deja a la mano unas más. Su blusa color naranja se ciñe a su figura en cada movimiento, y aunque la distancia me impide ver ciertos detalles, la luz y sus efectos propician a que imagine ciertos pliegues, incluso algunos colores más... Estoy divagando, me dejé llevar por un instante, y eso no es del todo bueno. Podría delatarme.

De repente, se detiene. Suspira con cierta fuerza y fija su mirada en las cortinas de su propia habitación. Y entonces, voltea hacia donde yo estoy. Aún oculto en la oscuridad, parece poder verme. Pero no dice nada, sólo se queda quieta, así como yo estoy desde hace unos minutos. Tensión.

Ahora comienza a desabotonar su blusa...