5 sept 2014

Cazador

Ya no recordaba la hora en que había recibido la llamada de su jefe, aún cuando claramente preguntó a su interlocutor si sabía qué hora era y por qué la despertaba. Lo que sí recordaba era la luna escondiéndose entre las oscuras nubes denotando que aún faltaba mucho para el amanecer.

Judith llevaba en su mano derecha el café adquirido en el minisúper contiguo al edificio donde laboraba, mientras que con la derecha parecía hacer malabares con las hojas del expediente que le dieran al entrar en su área de trabajo. Ahí estaba toda la información que necesitaba, o más bien, con la que disponían en el departamento policiaco, y no era demasiada en realidad. La mayoría de las hojas mostraban datos aleatorios que los capturistas y supuestos investigadores habían anexado y considerado como relevantes, como el historial escolar y médico de las víctimas, pero sólo para dar más volumen a la carpeta que de manera irremediable terminaría archivada en los estantes de casos sin resolver.

Caminó por los pasillos casi vacíos de la oficina, leyendo los pocos detalles que consideró importantes para el interrogatorio. Llevaba años estudiando ese caso... pero el estudio oficial difería mucho del estudio real, así que su conocimiento del criminal en cuestión era escaso, muy similar al que los medios de comunicación habían ofrecido cuando se dio a conocer, es decir, muy difuminado e incierto. Lo que sí sabía con seguridad era que todas sus víctimas eran inocentes.

Era como la mayoría de los asesinos seriales, nadie le dio importancia hasta que no fue demasiado tarde. Se requirieron seis víctimas para que la policía comenzara a ser cuestionada por la prensa, y muy probable era que ayudara el que esa sexta víctima fuese una de las celebridades con más carisma en la ciudad, el joven sacristán de la parroquia principal, famoso por sus declaraciones tan sinceras respecto a su vida en la Iglesia y que develaron algunas irregularidades en el funcionamiento de la burocracia eclesiástica de la zona. A la mente de Judith acudieron los recuerdos del escándalo inmediato que se suscitó y de las agresivas pero falsas acusaciones contra el sacerdote en turno. Tardaron cerca de medio año en dejar claro que el homicidio no fue cometido por nadie del clero, pero que sí estaba relacionado con anteriores muertes que en su momento consideraron “normales"”, como si morir con una bala en el corazón fuese de lo más normal.

Al fin llegó al interrogatorio que, por tratarse de un caso tan delicado, se realizaba en la oficina del director de seguridad. Cuando supo de ello, Judith sospechó que el supuesto asesino estaba “bien parado” y que en cuestión de minutos saldría libre por falta de huevos, aunque el reporte dijera que era por falta de pruebas. Eso le había enfurecido bastante al punto de olvidar su termo cargado de cafeína en el comedor de su departamento.

Sin embargo, cuando los dos policías uniformados le dieron acceso a donde se encontraba el sospechoso, se disipó su idea de con quien iba a tratar los siguientes minutos.

-Al fin llega. Este es el presunto asesino –dijo su superior, el prospecto a dirigir la seguridad pública de la ciudad, el comandante Reynaldo, mientras señalaba al sujeto sentado frente a él-, así que a trabajar. ¿Ya tiene toda la información?

-No toda, jefe –Judith sabía que su jefe odiaba que sus subordinados no estuviesen preparados, pero confiaba en que esa ocasión fuese la excepción de su ira-. Espero pueda auxiliarme con los detalles de la detención.

-Lo vieron y detuvieron cerca de la que ahora consideramos la más reciente victima del “Cazador” –respondió Reynaldo con algo de impaciencia, pero con más ansiedad y preocupación-. Se ha negado a hablar, Judith.

-¿Judith? –preguntó de inmediato el presunto “Cazador” al escuchar el nombre y lo que pareció un brillo de ilusión apareció en sus ojos- ¿Te llamas Judith?

-No tiene por qué responder, recuerde que el interrogado es él, no usted.

-Lo sé –respondió Judith a su jefe mientras acercaba una silla a donde se encontraba sentado y atado el sospechoso-, pero si vamos a hablar de lo que ha hecho, al menos puede saber con quién tratará. Sí, me llamo Judith, ¿y tú quién eres?

-No me reconoces... Claro que no me reconoces, aún no despiertas, no te has enterado de lo que sucede, lo entiendo. A mí también me sucedió al principio, con la confusión, las voces, todo eso.

-¿Cuáles voces? ¿Sabe por qué está aquí?

-Las voces... –el sospechoso miró a Judith fijamente, explorando su semblante por unos segundos y en silencio- No, tal vez aún no. Entonces no tiene sentido que hablemos, no se ha enterado, no es el momento.

-Es el momento, no hay mejor momento para hablar al respecto. ¿Qué le parece si se relaja un poco mientras voy por un café. ¿Quiere uno?

Sólo obtuvo silencio, pero con la mirada aún fija en ella. Judith se dirigió a la puerta y con una seña discreta llamó a Reynaldo al exterior también.

-No me dijeron que estaba así. No soy especialista en tratar con gente... así.

-Lo sé, y no la hubiésemos llamado si no se tratara de algo importante. Ese tipo de ahí adentro fue visto estrangulando a un niño de once años en la calle. ¡Once años! Tenemos encima a cuatro medios preguntando al respecto, Dios sabe como se enteraron, y el escándalo va a llamar mucho la atención al amanecer. Necesito una confesión grabada y firmada, ya sabes cómo son los activistas y reporteros de insistentes para echarnos en cara hasta nuestros aciertos.

-Si es que los tenemos...

-Lo que quiero decir –continuó Reynaldo, sin dar mucha importancia a la interrupción de Judith-, es que ese tipo no había dicho palabra alguna hasta que llegaste, lo cual es buena señal. Tal vez decida confesarse contigo y así evitaremos todo el juicio y demás tonterías. Lo que quiero es dar resultados cuanto antes, y si es cierta la sospecha de que es el responsable de los otros asesinatos, podemos dejar de agrandar nuestra colección de misterios sin resolver, ¿me explico?

-Creo. Pero no deja de sorprenderme la facilidad con que habla de muertes y fatalidades, como si fuera cualquier cosa.

-No se confunda Judith –el tono severo que Reynaldo adoptó la desconcertó-. Lamento los asesinatos y todo incidente que esta ciudad y sus habitantes han sufrido, pero si me pongo a llorar cada uno, la cuenta seguirá aumentando y no habrá quienes les pongan fin. Para eso estamos aquí. Al menos, algunos estamos para eso.

 

Cuando entró por segunda ocasión a la oficina, Judith sintió un clima muy diferente, casi agradable. El hombre ahí sentado la miraba con fijeza, pero era un mirada curiosa, como si la conociera de algún otro sitio y tratara de adivinar cuál. Trató de ignorar esa mirada y se dispuso a interrogarlo, poniendo el segundo café que llevaba cerca del “Cazador”.

-Bien, ya sabe mi nombre, creo que es justo que usted me diga el suyo.

-Gabriel –respondió de inmediato-. Mi nombre es Gabriel, y me da gusto conocerte, Judith.

-A mí no, así que no prolonguemos esto demasiado. ¿Sabe por qué está aquí?

-Si. Porque Dios así lo quiso. Porque tenía que encontrarme contigo.

-¿Conmigo? –la duda le asaltó por un instante, pero se contuvo de llamar y preguntar a Reynaldo al respecto- ¿Sabía que yo estaría aquí?

-No, yo no se cómo pasarán las cosas, no soy adivino. Yo sólo soy un mensajero.

-Es un asesino, según parece. Lo sorprendieron mientras le quitaba la vida a un niño.

-No, no se la quitaba. Lo estaba...

Como si recordara algo, el “Cazador” se detuvo, abrió los ojos y giró rápido la cabeza hacia su lado derecho. Judith esperó un poco para continuar.

-¿Quiere café?

-No sabes de lo que hablo, ¿cierto? Aún no te ha hablado, todavía no te ha asignado tu misión, por eso me ves como el enemigo.

-No lo veo como un enemigo, sino como un criminal, y por lo tanto necesito escuchar de su propia voz si es culpable del delito por el cual se le acusa.

-No he hecho nada malo, ¡a todas esas personas les hice un favor!

-¿A todas esas personas? ¿Qué personas?

El Cazador se sacudió en su silla y, en su intento por zafarse de sus ataduras metálicas, cayó junto con su silla, quedando sobre su costado derecho, arrastrándose hacia la puerta. Judith a penas se estaba levantando de su asiento cuando Reynaldo, acompañado de uno de los guardias de la puerta, entraron e inmovilizaron al sospechoso.

-Así que hay más víctimas, maldito. ¡Dinos cuántos más mataste, hijo de puta!

Los siguientes minutos serían bloqueados por la mente de Judith, pero Reynaldo sí tendría muy presente los golpes y patadas con que casi acribilla al presunto asesino. Cada tres o cuatro golpes iban acompañados de una pregunta, y cada pregunta sólo era respondida con silencio o algunos gemidos de dolor. Cuando el guardia se dio cuenta de que su jefe se estaba excediendo con sus métodos e intervino para calmarlo, la sangre ya cubría casi por completo el rostro del acusado y una especie de sollozo se deja escuchar a la par que el jadeo de cansancio de Reynaldo.

-Eso era innecesario.

-Me vale madres. Este tipo es un asesino, y si tengo que destriparlo con mis propias manos para que confiese, lo haré sin dudarlo –respondió Reynaldo, aún agitado y con una ira paralizante en su mirada.

-¿Qué quieren que confiese? No son sacerdotes para que me confiese ante ustedes –alcanzó a decir, con dificultad, el interrogado-. Creen que yo maté a a esa gente, pero no fue así. No las maté, les di un propósito, uno que tú pronto compartirás, Judith.

-¿Ahora amenazas a mi gente, imbécil? –una nueva patada fue colocada en el abdomen de Gabriel.

-No... no la amenazo... le estoy haciendo una promesa. Pronto, Judith. Muy pronto te unirás a mi misión, porque no es misión de uno, no. Somos varios, y poco a poco nos encontraremos, ¡es nuestro destino! ¡Es la voluntad de nuestro señor y salvador!

-¿Cuál misión? –las preguntas de Judith ya no tenían como finalidad el encontrar culpable al “Cazador”, sino saciar su propia curiosidad- ¿A qué te refieres con que somos varios?

-Creí que otros serían avisados antes que yo... a fin de cuentas, sólo soy el mensajero...

-Mejor que te calles el hocico y sólo lo abras para confesar que eres un asesino –Reynaldo era contenido en su furia por el guardia, quien con dificultad lo mantenía a distancia de su víctima.

-No... no lo soy... no soy un asesino. A esa gente no la maté, sino lo contrario, fui el instrumento para que iniciaran su nueva vida. Soy como un cazatalentos, yo sólo los recluté.

-¿Reclutas cadáveres?

-Su carne y huesos no me importan, sino sus almas. Reclutaba sus almas

Almas. Esa palabra resonó en los oídos de Judith, quien de inmediato tomó la carpeta con la información de las víctimas y revisó con rapidez y a conciencia los datos que ahí explicaban.

-Jefe, ¿notó algún patrón con las víctimas del “Cazador”?

-No. Eran personas sin historial criminal, casi inexistentes para nosotros o las pandillas de la ciudad. Sin parentescos o conexiones entre sí, ni siquiera vivían cerca. Lo único notable sería que cada vez eran menores.

-Si, eran víctimas inocentes y cada vez menores, es decir, más inocentes.

Reynaldo intentaba procesar el posible descubrimiento de Judith, y Gabriel comenzaba a sonreír, como si él ya hubiese descubierto el misterio... a pesar de que él mismo lo había realizado.

-Exacto, Judith. No podía reclutar a cualquiera, por eso fui elegido. Debía encargarme de tener a los mejores de nuestro lado.

-¿Mejores? ¿De qué lado?

-¡A los mejores guerreros! Necesitamos estar preparados para la guerra, y ellos nos superan en cantidad, así que debemos superarlos en calidad.

Tanto Judith como Reynaldo e incluso el guardia se miraron por unos instantes, confusos ante las palabras de Gabriel. Tal vez los golpes no fueran la mejor opción en posteriores interrogatorios, al menos los golpes en la cabeza.

-Estás loco. ¿Cuál guerra? ¿Y cómo irán a esa guerra tus “reclutas” si ya los mataste?

-No lo entienden... no los culpo, yo tampoco lo entendía al principio, y eso que fui elegido para entender... –con dificultad, Gabriel se intentó levantar, pero estando atado le sería imposible, así que sólo se acomodó sobre su codo derecho y miró con solemnidad a sus captores mientras hablaba- Yo soy un mensajero de Dios, soy su reclutador. Las personas que he enviado a su presencia son para ayudarnos a engrosar las filas del ejército de la luz.

Reynaldo no pudo evitar hacer una mueca de exasperación y dio media vuelta, dirigiéndose al extremo contrario de la oficina para evitar perder los estribos otra vez. Pero Judith y el guardia continuaron atentos a las palabras de Gabriel.

-La guerra siempre ha existido, es la eterna batalla del bien y el mal, la luz y la oscuridad. Antes había equilibrio, no se podía definir un ganador así sin más. Pero ahora... ahora han cambiado muchas cosas. Basta con mirar las calles de esta ciudad para descubrir que el mal ha ganado terreno y adeptos, que el equilibrio se ha alterado y eso sólo significa una cosa: el ataque es inminente. Es lo que todo ejército hace, atacar cuando comienza a cobrar fuerza y su rival se debilita, es una táctica simple y efectiva. Por eso fui honrado con la misión de reclutar, y estoy casi seguro de que sucederá similar contigo. Tú también reclutarás inocentes para Dios.

Un ligero escalofrío recorrió la espalda de Judith. Miró de reojo a su jefe, quien parecía estar lidiando con dudas diferentes a las suyas, y antes de que pudiera hacer su última pregunta al acusado, Gabriel continuó hablando con una firmeza que la impactó y mantuvo quieta en su asiento.

-Sé que me consideran un asesino, pero si pusieran atención a la ciudad que deberían proteger, se darían cuenta de que la realidad es otra. Aún si no tuviera esta sagrada misión, el sacar de este mundo nefasto a esas inocentes criaturas fue un acto de bondad. Está mal que yo lo diga, pero así es, impedí que se corrompieran en la inmundicia de la humanidad, así como ustedes o incluso yo. A mí se me concedió una segunda oportunidad, me fue asignada una tarea difícil. ¿Cree que cualquiera podría hacer lo que yo? Tuve mi dudas al principio, porque soy yo quien debe vivir con el recuerdo del último aliento de tantos hermanos de la luz... pero me sobrepuse al pensar en la finalidad. Los últimos años han sido ganancia del mal con todas esas personas y sus pecados, condenándose al infierno, tal vez a propósito... –Gabriel comenzó a sollozar, y una gota límpida brotó de su ojo izquierdo, limpiando a su paso los restos de sangre que había en su mejilla- Todas esas almas fueron a parar en el ejército de la oscuridad, la balanza dejó de ser justa, y si en este momento iniciara la verdadera batalla, perderíamos sin oportunidad alguna... Por eso necesitamos a más personas en el paraíso, y ahí sólo pueden llegar los inocentes. Por eso tuve que enviar con Dios a todas esas personas, en especial a los niños, porque necesitamos más guerreros del bien, ¡necesitamos ángeles!. Por eso he estado reclutando, y como yo, vendrán más reclutadores, tú incluida, Judith...

Nadie habló. Reynaldo había escuchado todo, pero parecía querer ignorarlo y olvidar lo sucedido. El guardia mostraba sorpresa y curiosidad. Y Judith, sin quitar la vista de Gabriel, tragó saliva. Se dio cuenta de lo razonable y convincente que le resultaba el argumento del Cazador. O más bien, del Reclutador.

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