23 ago 2013

Librería

Hay algo en los libros que me llama la atención. No me considero un erudito en ellos, ni siquiera un lector muy ávido. Más bien soy una especie de coleccionista: mis pequeños libreros improvisados a partir de otros muebles están casi repletos. No todos esos libros han pasado por mis manos y mis ojos para disfrutarlos como se debe, pero ahí están, esperando con paciencia a que reorganice mis prioridades y me dedique a ellos. Por supuesto, ello no me impide seguir incrementando mi colección cada cierto tiempo, y cuando tengo oportunidad y dinero, especialmente esto último, realizo una especie de cacería para adquirir nuevos elementos.
Pero esta cacería no fue intencional. Yo sólo iba por un café, de verdad. Entré a esa plaza porque tuve antojo de una bebida con cafeína, y me negué a comprar algo sintético del autoservicio. Demasiado sintético, pues. Estoy consciente de que en la actualidad la mayoría de las cosas en este mundo son artificiales, incluidas las personas. Ta vez por ello quedé tan cautivado durante mi “cacería”.
Me dirigí al pasillo de costumbre, sólo tenía en mente entrar a la cafetería evitando el resto de los ruidosos locales que ahí hay. Sin embargo, algo llamó mi atención a escasos quince metros de llegar. Un anuncio grande y alusivo a un caballero demente ficticio apareció donde yo recordaba sólo había cristales y señales de abandono. El local, vacío hasta un par de semanas antes, ahora estaba lleno de estanterías y mesas, cada una repleta de libros acomodados con sumo cuidado. Olvidé mi antojo de un café y lo sustituí al momento por un pequeño paseo entre esos prospectos para mi colección.
Entré sin prestar mayor atención a los demás clientes que ahí estaban. Sólo noté de reojo a alguien en la caja y otro par de personas recorriendo con la mirada el escaparate con las novedades literarias del mes. Mi vista estaba dedicada a la mesa frente a mí, donde se desplegaban ediciones que no había visto en mucho tiempo. Recorrí los pasillos sin prisa, disfrutando mi descubrimiento del día, preparándome para las que serían mis próximas adquisiciones.
Así seguí hasta que llegué a la caja. Aún con la vista en los estantes de la pared, escuché una voz femenina, suave y jovial, preguntando si buscaba algo en específico. Ahora que lo recuerdo, me imagino volteando y diciendo algo como “No buscaba  nada, pero te encontré a ti”, o alguna otra frase elaborada, de esas que generan momentos cliché. Es una pena que mis pensamientos se quedaran congelados al instante en que la vi.
Su cabello castaño, largo y lacio, caía sobre su hombro izquierdo, con un peinado que cubría parcialmente su frente y parte de su rostro. Un efecto que siempre me ha parecido interesante y que resaltaba en sus mejillas. Sus labios, también pequeños y de cautivante finura, se movían al compás de su voz, hipnotizando mi ser. Cuando vi sus ojos pequeños pero de brillo inmenso, tuve la sensación de que sujetaban mi mirada con ellos. Quise zafarme de esa prisión, al menos mientras recuperaba el habla, pero fue imposible. Ignoro cómo ella me veía en ese momento, pero una sonrisa quedó esbozada en esa imagen tan hermosa que tenía frente a mí.
Cuando finalmente pude articular algunas palabras, la sonrisa de ella se volvió tímida, pero a la vez juguetona. Yo seguía cautivado, sólo pude preguntar tonterías y banalidades. Mientras hablaba, comencé a preguntarme por su nombre, su edad, donde vivía, cuánto tiempo llevaba en ese lugar… El aire parecía ser más difícil de respirar, quería salir de ahí cuanto antes. Sólo atiné a preguntarle respecto al horario de la librería, y ella, en el mismo tono jovial y suave con que me llamara en un primer momento, respondió.

Me gustaría decir que aún recuerdo cuándo sucedió. Pero estaría mintiendo si menciono alguna fecha cercana. Luego de aquel encuentro, dediqué un par de horas de cada tarde a visitar esa librería. Al salir del trabajo me dirigía de inmediato hacia allá, y pasaba horas entres sus pasillos. Ya no buscaba libros, sino a ella, a su mirada. Dejé las adiciones a mi colección y me dediqué a mi nueva adicción.
No me atrevo a decir cuántas veces ha sucedido. Me avergüenzo de mi exceso de timidez cada que miro mi habitación y veo esas columnas de libros, acomodados conforme los obtuve. Cada libro es el recordatorio de las visitas que he hecho, de cada vez que la he buscado desde los estantes y las mesas, esperando que se crucen nuestras miradas antes de que llegue con mi compra del día. Cada vez me recibe igual, con esa sonrisa hipnotizante y su mirada angelical que absorbe mi atención.
En ocasiones he considerado que lo hace a propósito, como una sucia pero bella estrategia de ventas. Pero deshecho al instante esa idea, pues cada que estoy frente a ella en la caja, con su rostro llenando mi campo visual, sin dejar de mirarme ni de sonreírme, me entrega el libro que elegí ese día pero se olvida de cobrarme el importe.

9 ago 2013

Voz Infernal

Cada día es igual. No hay una hora exacta, pero siempre hace acto de presencia. La primera vez que la escuché creí que era un acontecimiento único y aislado, que no se repetiría. Tal vez se tratara de un alma en pena que vagaba por las calles, haciendo un recorrido de penitencia hacia donde podría descansar finalmente. Pero no era así.
También llegué a pensar que aquella voz era ya parte de aquella colonia donde comenzaba a transitar para laborar. Fue en mi primer día de trabajo que la escuché, y a las pocas semanas no pude soportarlo, tuve que salir de ahí inmediatamente. Nuevamente me equivoqué. Salir de aquel edificio no sirvió de mucho, pues en mi siguiente empleo también pude escuchar ese ruido infernal que ponía mis nervios en sufrimiento. Fue entonces que consideré la posibilidad de que el estrés comenzaba a destrozar mis sentidos, y que sólo estaba agrandando el problema. Pero aún en mis momentos más tranquilos podía escuchar esa voz, y sus efectos recorrían mis oídos, mi mente y a veces todo mi cuerpo. Parecía arrancar lentamente cada fragmento de mi cerebro, destazando mi cordura y corrompiendo mi estabilidad.
El ruido que emite taladra mis tímpanos, silenciando mi entorno y dejando en mi mente su voz aguda, carente de aliento y llena de desesperación. La penuria que acarrea cada una de sus palabras sólo se compara con el dolor que ocasionan. Y no conforme con ello, inicia su himno otra vez, esperando a un alguien que parece que nunca llegará, que no detendrá su agonía ni la locura que desata en algunos de quienes le escuchamos.
Y es que sé que es una voz que todos escuchamos, pero no siempre le hacemos caso. Algunos incluso la han aceptado en la cotidianidad de su vida, otros más han podido tomar con humor su aparición. Sin embargo, yo no no he podido, no puedo y dudo alguna vez poder. Es demasiado para mí, soy débil y he sucumbido a su poder y efectos devastadores, ha arrasado con la tranquilidad que tanto me ha costado mantener.
Cada día es igual. Es errática en la hora de su aparición, lo cual incrementa la agonía y ansiedad. A diario estoy a la expectativa de que esa voz salida de las profundidades del averno me visite y me haga perder el juicio lenta y sádicamente.
Ahí viene, ya puedo notar su voz. La lejanía mantiene sus efectos controlados, pero conforme se acerca a mi lugar comienza la desesperación. Aprieto mis puños en creciente ritmo, mi ojo derecho parpadea sin obedecerme, la sangre en mi cráneo se agolpa y me hace sentir cada palpitación de mi corazón en la frente y la nuca, mis pies tamborilean sin control, mi garganta intenta liberar un grito ahogado de angustia que refleje mi calvario… Y entonces escucho de nuevo y a todo volumen esa voz salida del infierno, repitiendo su cántico, torturando mis oídos hasta la demencia, y no puedo hacer nada para detenerla…

"Se compran... colchones... tambores... refrigeradores... estufas... lavadoras... microondas... o algo de fierro viejo que vendaaan..."

7 ago 2013

Ficción

Y aquí estoy, con otro tequila en la mano, preparando mi paladar para el whiskey y escondiéndome en un silencio inexistente dentro de este antro. Las luces y la música han intentado atraerme toda la noche, pero las he ignorado. Miro a un lado y veo niños jugando a ser adultos. Miro al otro lado y veo adultos jugando a ser niños. Y no sé a cuál de esas categorías pertenezco, ni siquiera a cuál me parezco.

El alcohol ya no me sabe a diversión. En algún momento era el combustible de las fiestas a las que asistía, el motivo de locuras y tonterías que posteriormente recordaría en compañía de mis amigos mientras comíamos o bebíamos café. Pero tampoco he llegado al punto en que me sabe a tristeza ni a recuerdos. Sólo me sabe a alcohol, nada más.

La música "de moda" me parece simplona, sin mayor significado aunque sí con mucha energía. No encuentro mensajes en ellas, sólo coros que se repiten mientras invitan a vivir y disfrutar. ¿Vivir qué? ¿Disfrutar qué? Lo ignoro, ahí termina la estrofa y sigue un lapsus de rimas rápidas llenas de ego. No obstante, aquí sigo, escuchando todo el repertorio que el DJ tiene para esta noche, a pesar de que tres o cuatro canciones sean suficientes para tener la sensación de que se conocen todas o bien, que cada una dura varias horas.

Veo a mis amigos disfrutar todo esto que para mí es insípido. No los juzgo por ello, pero tampoco logro entenderlos. En algún momento pude haber culpado a la diferencia de edades, siendo unos mayores que yo y otros menores, casi siempre por más de 2 años, que siguen siendo una diferencia relativamente baja. Pudo ser mi excusa en algún momento, pero ya no. Veo más joviales a aquellos que son mayores, preguntándome si están en una especie de "crisis de la edad", pero la teoría se va por los suelos si considero cuántos actúan así. A menos que sea una clase de epidemia a la cual soy inmune. Pero lo dudo.

Con cada trago comienzo a analizar mi vida, cual depresivo sin remedio. Y es que en momentos pareciera que he hecho demasiadas cosas en poco tiempo, mientras que unos minutos después tengo la impresión de que mi acciones y logros parecen nada comparados con... ¿con quién? No tengo contra quien o qué comparar mis acciones. Conocidos y familiares han tomado caminos distintos al mío, se han enfrentado a circunstancias diferentes, complicaciones varias. Sería injusto, aunque no sé para quién, decir que uno es más que el otro o viceversa. Somos lo que somos, pero en distintos caminos, con distintas experiencias y distintos futuros. O eso quiero pensar.

Recuerdo un par de veces en que me "diagnosticaron" depresión. Cada una de esas veces no pude evitar una risa sutil, no sólo por mis análisis amateurs. De verdad me hacía gracia ese fatalismo hacia mi persona, aún cuando yo mismo lo propiciaba, nunca con mala intención. Tal vez terminé de creerme mi ficción y comencé a representar ese personaje. Tal vez mi ficción superó a mi realidad. Tal vez me estoy adaptando a todas esas máscaras que usé como diversión, y mi rostro ha dejado de ser el que era. En sentido figurado, claro.

Alguna vez escuché o leí a alguien decir que, cuando sientes que el mundo está en tu contra, debes analizar si no eres tú quien va contra el mundo. En ese punto estoy ahora. No sé si me estoy aferrando al pasado o el futuro me está sobrepasando. Tal vez sea nostalgia lo que siento. Creo poder presumir que mi pasado no fue malo, sino todo lo contrario. Pero tal vez es hora de dejarlo ir, comenzar a ver los mismos horizontes pero con una visión distinta, usar esas frases que plagan los libros de autoayuda y superación, o algo así.

En broma me digo "Es la edad, ya estás viejo". Sé que no es del todo cierto, que aún no tengo tantos años. ¡Ni siquiera tengo la mitad de la edad de mi padre! Las posibilidades son muchas, pero es un arma de doble filo pensar en la edad, pues no se pueden evitarlas comparaciones, esas que ya sé serían injustas.

Es curiosa la manera en que funcionan la vida y las letras. A veces empezamos algo creyendo que será fantasía, una ficción más para distraernos, y al finalizar nos damos cuenta de que es parte de nuestra realidad, y que da o dará forma a lo que somos y seremos. Como este escrito.