11 dic 2012

Voyeur

Al fin en casa. Luego de estar fuera cerca de 12 horas, finalmente regreso a mi departamento, mi pequeño santuario. Tuve que cancelar por enésima vez la reunión con mis amigos de infancia, así como la visita al nuevo bar con los compañeros de trabajo, con tal de descansar un poco, tener una noche para mí.

Por hoy sólo quiero descansar un poco, admirar desde mi ventana a la ciudad y su movimiento mientras bebo unos sorbos de whisky para relajarme. Tal vez sea una cerveza, no lo sé. Lo único que quiero es olvidarme de toda la presión que he sentido en las últimas semanas.

Debo preparar mi bebida, ya que no quedan cervezas en el refrigerador. Ya con ella, me resulta relajante mirar las calles de esta ciudad, cómo la gente las transita, algunas apresuradas, otras con calma. Los autos saboteando su propio camino al dar vueltas, frenar o acelerar donde no deberían. Más arriba, los anuncios luminosos, esos engaños masivos tan llamativos aunque no siempre originales. Y aún más arriba, las ventanas de las casa y edificios contiguos, donde los vecinos miran la televisión, discuten entre ellos, juegan con sus hijos o amigos, cenan, observan...

Todo se ve cotidiano, salvo por esa ventana del edificio de enfrente, situada un nivel más abajo de la mía. A esa ventana nunca le había prestado atención, hasta ahora. La luz que hay en ese departamento es más tenue que en el resto del edificio, tal vez de la zona. Puede que sólo sea un efecto de las cortinas, aunque parecen ser bastante delgadas. Así como su propietaria.

Su silueta tan estilizada me hace dudar si en verdad es una persona, pero el movimiento lo confirma. Recorre veloz y con gracia lo que posiblemente sea su habitación, tal vez alistándose para dormir. Lo supongo porque pone algunas prendas sobre lo que parece ser su cama.

Repentinamente, detiene sus preparativos. Parece que algo cruzó por su mente. Tal vez recordó un pendiente muy importante, porque por unos instantes quedó inmóvil frente a la cama. Es entonces que mira hacia su ventana y se acerca a las cortinas. Supongo que dejaré de ser un voyeur antes de comenzar.

Supuse mal. Doy un sorbo más a mi bebida, y siento el frío pasar por mi garganta, pero el calor recorriendo mi piel. No recorrió las cortinas para resguardar su privacidad, sino que las apartó para sentir el viento nocturno en su habitación. Muy confiada para mi gusto. Nunca se sabe si algún pervertido estará miran... de acuerdo, no diré más al respecto.

Se mira muy despreocupada. Ya puedo confirmar que es su habitación la que observo, y que en su cama reposa algo de lencería. Debo admitir que tiene buen gusto para elegir sus "pijamas". Son prendas sencillas, pero no por ello carecen de elegancia. Y es ahora que se alista para usarlas.

Un sorbo más a mi vaso. Presto mayor atención a mi anfitriona. Es de estatura media, si acaso un poco más bajita que yo. Su lacio cabello castaño oscuro cae en sus hombros cual cascada, resaltando sus ojos, que no requieren maquillaje alguno para ser llamativos. Usa algunas pulseras doradas, pero ya se está despojando de ellas. También trae un collar delgado que hace juego con el vestido negro que lleva... corrijo, el vestido negro que llevaba, y que ahora reposa en el piso como decoración, similar a una alfombra.

Me ha dejado sorprendido de nuevo. Queda inerte unos instantes. Me deja contemplarla totalmente. Sus pechos firmes, redondos, resaltan ante mi vista, como si su sostén blanco fuese invisible. Remarcan muy bien la forma, aunque podría apostar que no lo requieren.

Bajo un poco la mirada. Su abdomen, suave planicie, es simplemente espectacular por su naturalidad. No tiene "marcas de gimnasio", ni exceso alguno. Es una continuación de ella, una hermosa continuación que conduce hasta sus bragas y...

Un sorbo más. No. Mejor un trago. Levanto la mirada, noto que se mueve de nuevo. Ahora se dirige hacia el ventilador de piso. Podría jurar que no tiene más calor que yo en estos momentos. Lo enciende, así como a mí. El aire roza su silueta, rodeándola, levantando su cabello, pasando por los bordes de su piel. Lo envidio.

Ahora parece ser que finalmente se dormirá. Se dirige a su cama, hace a un lado la ropa que previamente había colocado, y se recuesta. El pequeño show termina.

Falso. El show recién inicia.

En cuanto se recuesta, comienza a moverse entre las sábanas, subiendo una pierna, estirando la otra, abriendo los brazos, girando la cabeza, abriendo las manos, simulando que se abraza, estirándose de nuevo, siempre buscando la posición más cómoda para reposar. O tal vez, sólo para posar.

Sus manos ahora suben hasta su frente, como si detuviera con ellas sus pensamientos. Da un poco de masaje a sus sienes y comienza a descender su tacto, deslizándolas por su rostro, su bello rostro. Bajan un poco más, haciendo con sus dedos un collar momentáneo. Seguramente puede sentir el incremento en sus pulsaciones, cómo se agita su propia respiración. Incluso yo, a esta distancia, puedo notarlo.

La delicadeza de sus hombros es ahora su objetivo, uno que parece hacerla sentir segura. Pero no se quedarán ahí sus manos. Los tirantes de su ropa interior ceden antes sus dedos, dándole cada vez más libertad. No se detienen, y en un movimiento rápido pero no por ello menos sensual, sus dedos pasan a su espalda y otra vez a sus pechos. Se despoja de su brasier y con una mano lo lanza lejos, mientras con la otra prepara el resto de su cuerpo. Ya comienzan a deslizarse entre sus pechos, rodeándolos suave y uniformemente. Repite la operación varias veces y no puedo dejar de mirarla. Debo poner mi vaso en la mesa, pues el frío del cristal no me deja imaginar la calidez de su cuerpo.

No se detiene. Y mientras sus manos siguen explorando sus senos, el resto de su cuerpo reacciona al roce. Sus piernas se doblan y estiran a un ritmo lento que parece incrementarse con cada segundo que su piel hace contacto consigo misma. Su cadera esboza una circunferencia que sólo ella conoce. Su espalda se irga y encorva siguiendo la secuencia que marca su cadera. Incluso su cuello parece una catapulta que lanza su cabeza hacia atrás con sensualidad y decisión a cada tantos roces.

Así continúa. La distancia no es impedimento para notar lo erecto de sus pezones, y el cómo tira de ellos luego de un ligero pellizco lo confirma. La exploración par parte de sus manos continúa, ahora con dirección definida, pero sólo irá una de ellas. Su mano derecha se queda entre sus senos, regresando por instantes al camino ya recorrido desde su cuello, y en momentos se aventura a recorrer la planicie de su vientre también. Al parecer, es zurda, ya que su mano izquierda será la que tendrá la faena mayor. Se desliza aún más, y comienza a despojarse de lo que queda de su ropa interior. Le estorba.

Finalmente queda expuesta, eso quería. Sus pechos resaltan de nuevo en su cuerpo, pero ahora comparten escenario con otra zona. En cuanto la última fracción de tela queda ajena a su cuerpo, ella se estira cuan larga es. Abre sus abrazos y los alza. Similar hace con sus piernas, como queriendo comprobar su máxima elasticidad. La cual es bastante, por lo que veo. Así queda unos segundos, con la respiración agitada y los ojos cerrados, pero con las puertas de sus deseos abiertas. Y entonces reanuda la labor que la ropa interrumpió.

Sus movimientos son suaves pero concisos. Se conoce muy bien, sabe qué partes de su piel hacen explotar su placer. Aún con esta distancia puedo notar la humedad que ha escurrido de entre sus piernas y que dejó su marca en las sábanas de su cama. Se mueve más rápido. Sus manos pasan de sus pechos al cuello, del cuello a su abdomen, de su abdomen a su sexo, y regresan luego de unos momentos. Su mano izquierda deja de moverse tanto, es momento de que se concentre en un punto específico.

Sus dedos simulan los de un pianista tocando la más compleja pero maravillosa sinfonía. Ella también toca una sinfonía en su cuerpo, todo un concierto. Pero los dedos de su mano izquierda dejan de tocar y comienzan a hundirse en ella, lento y poco al inicio, saliendo y entrando con suavidad, para después incrementar la velocidad y los efectos. Su cuerpo responde con espasmos cada vez mayores, sus piernas se doblan y estiran, lanza su cabeza hacia atrás y unos gritos inaudibles para mí surgen de su boca. En sus ojos parece haber una mezcla de dolor y placer que busca llevar a su máximo nivel. Y lo logrará seguramente.

Sin darme cuenta he cerrado los ojos. Siento su cuerpo. Siento sus movimientos. Siento su deseo. Siento sus pechos. Siento sus manos recorriéndome. Siento su calor. Siento su placer. Siento su humedad...

Abro los ojos y confirmo que está en el edificio de enfrente, lejana y a la vez cercana. Respira con dificultad, extendida en su cama, aún con la mano recorriendo el contorno de su vagina depilada no hace mucho. Pasan unos segundos antes de que una fuerte exhalación marque el fin del show. Se levanta con cierta torpeza, aún aturdida por el placer, y se dirige a la ventana. Finalmente, las cortinas cubren su habitación y dejan en el misterio el resto de sus acciones.

En cuanto a mí, sigo jadeante, extasiado ante la vista y deseando estar en la misma habitación que ella, con la esperanza de que hubiese una "segunda ronda".

Curiosamente, aún siento su humedad. Bajo la mirada y descubro el motivo. Mis pantalones están desabrochados y cayeron hasta mis rodillas junto con mi ropa interior. Mi mano derecha, la que sostenía anteriormente un frío vaso, ahora sostiene mi pene, está cálida y es la que siente esa humedad que me ocasionó verla. Miro de nuevo hacia la ventana de ella y regreso la vista a la mía.

En fin, igual quería limpiar mis ventanas este fin de semana.