13 ene 2011

Verdaderos Zombies

Walter no lo podía creer aún. Luego de tantos días de búsqueda y sufrimiento en el camino, finalmente habían llegado al Centro Médico, el lugar donde todo se había originado y donde, según los rumores, podía existir una cura para el virus. Miró con calma por el retrovisor de la camioneta una vez más, asegurándose de que nadie los seguía.
Aún estaba nervioso tras la huída de unas horas antes. Ese granjero infectado casi los había engañado al darles posada y alimento la noche anterior. Afortunadamente, Nestor, el hermano de Walter, había descubierto la enorme cantidad de cajas vacías de medicamento contra la tos que el granjero escondía en su habitación. Inmediatamente habían salido de la granja, no sin antes asegurarse de que el virus no se propagara, dándole un certero disparo en la cabeza al granjero. La mejor manera de aniquilar a un zombie, por creencia popular.
Sin embargo, los cuatro viajeros habían compartido vivienda y alimento con alguien infectado, así que era cuestión de tiempo para que alguno o todos comenzaran a presentar los síntomas zombie: mareo, somnolencia, ataques de tos acompañados de sangre y llagas en la piel. Pero afortunadamente, habían llegado al único lugar en el país en donde podía haber una vacuna. No. El único lugar donde DEBÍA haber un antídoto.

El primer día del apocalipsis zombie, como bien optaron por llamar algunos, fue cuando una fuga de gas en el centro de la ciudad se dio a conocer en los medios de comunicación. Dicha fuga había causado en algunas decenas de personas una serie de reacciones secundarias, que después serían conocidas como los síntomas zombie. El área fue puesta en cuarentena y se extremaron precauciones para evitar algún tipo de brote. Sin embargo, ante la difusión que la noticia tuvo, todas las personas que presentaban al menos dos de los cuatro principales síntomas, fueron señaladas como “los infectados”, aunque no se encontraran cerca de la zona de la fuga. Así también, comenzaron los rumores, posteriormente confirmados por los noticieros locales, de que el ahora conocido como “virus zombie” podía ser transmitido vía fluido sanguíneo, y que traía consigo tendencias caníbales, lo que aumentó el pánico entre la población desconcertada, y que optó por diferenciar a los infectados de los “sanos”.
La tensión no se hizo esperar cuando el área de cuarentena sufrió diversas fugas de sujetos infectados, los cuales se encargaron de contagiar a más personas. En pocos días, los infectados andaban por las calles sin control alguno, y al finalizar la primer semana desde que se anunciara el virus en televisión y prensa, ya superaban en número a quienes aún se mantenían sanos. Tanto el ejército como la policía de cada localidad hicieron su aparición al inicio de la segunda semana tras el inicio del apocalipsis, con el fin de intentar contener el brote infeccioso, pero con horror descubrieron que los infectados, a diferencia de los zombies de ficción, no perdían ni menguaban sus habilidades motrices. Esto dificultó aún más el mantener controladas las zonas infectadas, por lo que se decretó una ley provisional ante la emergencia viral: hasta nuevo aviso, toda persona sana debía mantenerse lo más alejada posible de los infectados.
Tras este anuncio, las personas que aún seguían sanas se atrincheraron en sus casas. Obviamente, los supermercados habían sido previamente saqueados, así como las tiendas de armas. Durante esos días, se registraron miles de muertes por armas de fuego, ya que los infectados trataban de continuar con sus vidas a pesar del virus, pero los sanos no querían correr el riesgo de ser contagiados, y a la menor intención de acercamiento, aún si no mostraban la tendencia caníbal que tanto se mencionaba, era despachados con cualquier tipo de arma a la mano, hasta dejar el cráneo destrozado, factor fundamental en la erradicación de los zombies. La masacre inició, dejando severas bajas en ambos bandos, tanto en los infectados como en los sanos, y se descubrió con nuevo pavor que los zombies eran capaces de usar utensilios convencionales y armas de fuego, lo que ocasionó una pequeña guerra civil en la ciudad. En los últimos días de la semana, a los sanos ya también se les conocía como “sobrevivientes”, y las calles estaban prácticamente desiertas, salvo por algunos aventurados que habían decidido salir de la ciudad o bien, moribundos amputados que vagaban sin dirección alguna sobre el asfalto.
Para la tercera semana, los cuatro viajeros que ahora se encontraban frente al Centro Médico, se conocieron. Walter y Nestor habían dejado la comodidad de su hogar en busca de más provisiones y municiones. Durante el trayecto, encontraron a Frida siendo asediada por un pequeño grupo de infectados, los cuales no fue difícil abatir con las armas que llevaban los hermanos. Al día siguiente, mientras conducían por la carretera, vieron a Olga, temerosa por su vida, sentada en la orilla de la carretera principal, esperando a ser devorada por los zombies o bien, sentir el virus correr en sus venas. Ninguna de esas opciones sucedió, pues el grupo de Walter logró convencerla de buscar un lugar dónde refugiarse.
Conforme siguieron su trayecto, se encontraron con más personas que, como ellos, buscaban refugio. Fue cuando comenzaron a escuchar de diversas fuentes que la cura del virus zombie estaba en el Centro Médico del sur, en las afueras de la ciudad, así que decidieron dirigirse ahí, en busca de respuestas. Sin embargo, cuando descubrieron que uno de sus “nuevos amigos” presentaba síntomas zombie, se desencadenó una pequeña pero brutal batalla en el grupo, de la cual lograron salir casi ilesos los cuatro viajeros y dos sobrevivientes más, que habían decidido ser neutrales en la confrontación.
En la cuarta semana, encontraron a un nuevo grupo de sobrevivientes, entre los cuales estaba un investigador del Hospital Central, quien confirmó las teorías acerca de la cura, pues ahí se estaban realizando experimentos al respecto. Siguiendo su camino, llegaron a las cercanías del refugio de unos saqueadores, entre los cuales se hallaban algunos infectados. Nuevamente, las balas hablaron. Walter había conseguido que sus tres acompañantes se mantuvieran a salvo gracias a su deficiente pero hasta ahora efectivo entrenamiento como guardia de seguridad.
Así pasaron otras tres semanas, en las cuales tuvieron que hacer frente a más sobrevivientes, a una pequeña horda de infectados, a una joven pareja desesperada por encontrar la cura para el virus zombie, el cual había llegado hasta su hijo recién nacido, quien recibió una bala en la cabeza por parte de Frida para evitar mayor sufrimiento en la pequeña criatura como en sus padres. Un pequeño escuadrón militar los secuestró durante casi una semana, en la cual Olga fue violada, Walter torturado, Frida golpeada y a Nestor le habían amputado su brazo izquierdo debido a que presentaba algunas de las llagas zombie. Afortunadamente para ellos, la casa en donde los militares los tenían apresados fue el campo de batalla entre un grupo de infectados, uno de sobrevivientes, y el de los soldados. A excepción del grupo de Walter, quienes escaparon en uno de los jeeps que se encontraban en el patio de la casa, todos los que estaban en esa casa murieron el penúltimo día de la sétima semana del apocalipsis zombie.
Su última escala fue en una pequeña granja, donde sólo vivía un viejo ermitaño. Fue él quien les dio alimento y ayudó a curar las heridas de los cuatro. Desde el inicio del apocalipsis, no habían tenido un sólo día de tranquilidad como aquel que compartieron con el granjero.

Muchos obstáculos superados, muchos acompañantes que se quedaron en el camino, pero después de todas esas penurias, ya estaban en el único lugar seguro de la ciudad. Ese bunker médico, el alfa y el omega del virus zombie, según el científico que encontraran días antes. Walter miró en la parte trasera del jeep militar que manejaba, donde Nestor dormía aunque no tan tranquilo como quisiera. Desde que salieran de la granja, tenía algunos espasmos de vez en cuando debido al dolor del brazo, pero todos temían que también estuviese relacionado con el virus. Frida aún tenía moretones y heridas abiertas, pero no parecían de gravedad. Quien le preocupaba más era Olga, pues casi no había dormido desde el incidente con los militares. Walter sabía que el sufrimiento de la joven no era exterior como el de ellos, sino sicológico. Suspiró profundamente y estacionó el jeep enfrente de la puerta principal. Decidió no despertar a Nestor ni Frida, así que le pidió a Olga que se mantuviera alerta mientras ponía en sus manos una pistola semi-automática.
- No tardaré. Veré quién está ahí y vendré por ustedes con ayuda.
Olga asintió, aún con la mirada perdida. Walter se encaminó a la puerta principal del edificio mientras guardaba en la bolsa trasera de su pantalón una pistola, por mera precaución. Le sorprendió que no hubiese sistemas de vigilancia o defensa, ni siquiera indicios de barricadas. Pero su sorpresa comenzó a transformarse en pánico cuando notó algunas marcas de disparos en las paredes del complejo, por lo que apresuró el paso pero sin descuidarse. Antes de entrar, dio un último vistazo al jeep, donde Olga aún parecía estar ausente, pero agarrando firmemente el arma con sus manos. Walter no podía hacer más que confiar en ella.
El Centro médico no era lo que Walter esperaba. Tenía la apariencia de un hospital común, salvo por algunas ventanas rotas y asientos de espera fuera de su sitio. Siguió avanzando por el pasillo principal, hasta que notó un movimiento en una de las puertas a su derecha. Con sigilo y la pistola apuntando hacia enfrente, se dirigió a la puerta y la abrió con cuidado, esperando encontrar infectados. Pero no fue así.
La puerta servía de entrada a una habitación que en otros días pudo haber sido un cuarto de descanso para los médicos que ahí trabajaban, pero que ahora estaba improvisada como una casa de tres por tres metros. En las paredes había algunos libros, pero no pudo distinguir de qué. En el piso, envolturas de dulces y comida rápida habían atraído algunos insectos, y en el centro de aquel cuarto, estaba n camastro con un par de cobijas encima. Esas cobijas cubrían a alguien, quien se levantó lentamente aunque no muy sorprendido cuando Walter se acercó apuntándole con la pistola. El hombrecillo en la cama suspiró con flojera y, mientras buscaba en una pequeña mesita al lado del camastro una taza de café, miró a su visitante.
- Así que lograron llegar más, eh.
- ¿Más?- Walter no sabía si alegrarse por saber que otros habían logrado superar la misma travesía que él  su grupo, o bien, preocuparse por lo que podría implicar, especialmente después de sus recientes encuentros con otros sobrevivientes- Entonces ya han estado aquí más personas, ¿verdad? Aún quedan sanos… Este lugar sí es un bunker, tal como nos dij…
- Hey, espera. Este sitio no es un bunker. De hecho, ha sido atracado más veces de lo que puedas imaginar, así que no podríamos decir que es seguro, jeje- dijo el hombrecillo mientras se despabilaba y quitaba de encima las cobijas-. Pero sí hubo más personas, antes del “apocalipsis” y durante el mismo.
- ¿Y qué fue de ellos? ¿Cuántos eran? ¿Cuándo vinieron? ¿Qué les pasó?
- No sé que fue de ellos. No sé la cantidad, vinieron varios grupos y en varias ocasiones. Lo que les pasó, pues no es difícil imaginarlo, especialmente si miras por la ventana la ciudad, o lo que queda de ella. Unos siguieron su camino para salir de la ciudad, otros regresaron y otros más descansan en los alrededores porque no pudieron soportar la verdad.
Walter comenzaba a inquietarse. No sentía que tuviese una respuesta aún, pero el hecho que otras personas hubiesen estado ahí, que saquearan el lugar y que ya no se encontraran en el edificio, le indicaba que las posibilidades de que el antídoto o la vacuna para el virus zombie siguiera en el recinto, habían disminuido.
- Ok… Esta bien…- su nerviosismo comenzó a ser evidente- No importa lo que haya sido de los demás. Los que me importan están afuera, esperando por atención médica. Mi nombre es Walter, no estoy infectado pero temo que uno de mis acompañantes sí, por eso es que vinimos hasta aquí en busca de una cura. Nos dijo una fuente confiable que en este edificio había iniciado el virus y que también había antídoto.
- ¿Y te lo dijo una fuente confiable? ¿Quién es confiable en este caos?- Walter apuntó al pecho del hombrecillo, y fue cuando notó que vestía una bata otrora blanca, con algunas manchas de sangre. El hombrecillo notó esto y, luego de un largo sorbo a su taza de café, habló- No, no soy uno de los científicos que trabajaban aquí, soy un simple conserje, pero sé de lo que hablo. Estas manchas de sangre se las debo a otros visitantes, y si uso esta bata es porque las noches son frías en esta zona. Deja de apuntarme con esa arma, que no he matado ni pienso matar a nadie. Y por último, aquí no hay antídoto, vacuna o cura alguna para el virus. ¿Sabes por qué? porque NO HAY NINGÚN VIRUS.
- ¡No digas estupideces! ¡He visto morir a miles de personas desde hace semanas por culpa de ese maldito virus zombie!
- A ver Walter, haz un recuento en tu mente desde el primer día de este infierno, cuando se anunció en los medios. ¿Recuerdas los síntomas? ¿No te parecen demasiado comunes? La tos puede tenerla cualquier por una simple alergia, los mareos los tiene una buena parte de la población, incluidas mujeres embarazadas,  de la somnolencia ni hablamos. El único síntoma que podría ser preocupante es el de las llagas, pero con la lluvia ácida que hubo en esos días y que nadie notó por estar tan acostumbrados a la contaminación de esta ciudad, nos queda la probabilidad de que ¡casi todas las personas podían estar infectadas!
- ¿Y entonces qué me dices de los anuncios en la televisión y de que enviaran a la policía y al ejército?
- Los anuncios eran simples rumores que se convirtieron de inmediato en leyenda urbana, y en pocos días era la realidad para muchos. Ese es el poder de los medios, el convertir lo falso en verdadero. La policía y el ejército llegaron, según supimos en el Centro Médico, para contener la paranoia, pero ya también estaban “contagiados” de ella, y sobraron los casos de abuso hacia los supuestos infectados. Claro, ellos contrarrestaron, y por un par de casos en los que las personas decidieron defenderse con todo, incluidos sus dientes, comenzaron los rumores del canibalismo. Nada más estúpido y exagerado, pero si estaba en los principales noticieros, entonces era verdad.
- Pero…- Walter ya comenzaba a dudar de lo que había visto en las semanas recientes- no puede ser… vi a personas infectadas matando a sanos y viceversa…
- Y todo fue por rumores. ¿No te parece curioso que ese famoso virus zombie dejara a las personas al cual eran? Dime Walter, ¿cuántos verdaderos infectados encontraste en el camino a este lugar?
-Pues muchos, todos ellos con al menos dos de los síntomas que…
- No Walter, me estás entendiendo mi pregunta. ¿Cuántos verdaderos infectados, con todos los síntomas del virus, especialmente las llagas, encontraste en el camino?
El recuento de la travesía pasó por la mente de Walter. El conserje tenía razón, nadie de los que habían sido señalados como "infectados” presentaban más de dos síntomas, y menos aún las llagas en a piel. Aunque era difícil afirmarlo con seguridad, ni siquiera en los grandes grupos de infectados podía recordar haber notado los cuatro síntomas. Pero si era cierto todo eso, si de verdad no había virus, entonces…
- Significa que… nos hemos estado matando unos a otros sin razón… hemos matado a gente inocente por simples rumores y sospechas…
El conserje volvió a suspirar, adivinando que la pistola que Walter llevaba consigo había sido usada recientemente y en más de una ocasión.
- No hay zombies en realidad. Todo este caos fue producto de la paranoia de la gente. No hay vacunas para el virus porque no hay virus por curar. En las calles no había quienes contagiaran su infección, porque los verdaderos enfermos eran los que discriminaron por una sintomatología estúpida. Los verdaderos zombies somos las personas comunes, que nos creemos todo lo que nos dicen sin siquiera investigar un poc…
El sonido de un disparo detuvo el pequeño discurso del conserje. La pistola de Walter había emitido su primer tiro del día, y debido a la certeza de su usuario, no habría necesidad de jalar el gatillo una segunda vez. El conserje cayó sobre su camastro, con la cara empapada en sangre y un nuevo orificio entre los ojos.

Frida despertó finalmente. El dolor seguía en todo su cuerpo, pero el descanso y las medidas preventivas del granjero, a pesar de que estuviese infectado, habían servido para mitigar la sensación. Miró a su derecha, y vio a Walter inyectado una sustancia transparente en el hombro de Nestor.
-¿Qué es eso Walter? ¿Encontraste el antídoto?
- Sí, las últimas muestras. Toma, puedes inyectarte una dosis. Yo ya lo hice, y Nestor también la tiene a corriendo en sus venas. Sólo falta Olga, pero no la veo cerca.
- Seguramente fue a buscar un baño. Pobrecilla, debe seguir aterrada por los militares.
Tras aplicar la falsa dosis en el brazo de Nestor, Walter caminó alrededor del edificio en busca de Olga, pero también en busca de calma. Las palabras del conserje tenían sentido y encajaban a la perfección con lo sucedido, además de que la revisión rápida que había hecho al Centro Médico indicaba que no había ningún experimento en curso desde meses antes. Sin embargo, las atrocidades que él y sus acompañantes habían cometido en esos días debían tener una justificación. Por ello había llenado unas cuantas jeringas con agua, para hacerles creer que estaban sanos y protegidos.
Siguió caminando y mirando hacia el cielo nublado, hasta que reconoció la pequeña ventana que comunicaba la habitación del conserje con el patio trasero, y ahí encontró a una agonizante Olga quien tosía sangre. Corrió hacia ella esperando poder ayudarle, pero vacilante, ella levantó su mano derecha, donde aún empuñaba el arma que Walter le había dado.
- Esc… escuché todo. Pero caer des… des… desde un tercer piso no es tan letal como creí- un pequeño pero severo ataque de tos interrumpió momentáneamente a la mujer-. Yo no q-quiero seguir esta pesadilla, no después de que los militares me… más te v-vale detenert-te pronto, ahora que sabes a qui… quienes nos hemos enfrentado en realidad.
Un nuevo disparo se escuchó. La cabeza de Olga cayó sobre el pasto, mientras que Walter retrocedía. Al menos ya había un zombie menos por quien preocuparse…

Kaiser – 13/01/11